“¡Viva el vino!”, exclamaba un presidente en Leiro. Del de Ribeiro, Lanzarote o Vizcaya, de Rueda y Chacolí de Álava. Que viva el mosto en fermento, que trasmuta su elemento para darnos de beber, jugos llorados de vid que se integran con el Ser. Vino Blanco, sí, solo en esencia, dorado siempre en presencia. Vino de España, olé, que vamos a conocer, por existir de él su ciencia.
Y es que España es así, púrpura y dorada, tinta y blanca. Pendenciera ella, tiende a mostrar más su gallardía, corriendo sangre de uva tinta desde sus cuatro esquinas, sin libaciones, con hollejos. Tinto, tinto, tinto, como el río, pareciera que quisieran llenar con sus aguas hasta el dorado de la enseña nacional. Pero no, ahí está, en su parte central y formando un siete dibujado sobre el mapa, el vino blanco español guerreando sin mostrar gesto de exaltación, solo nácar.
Porque España es una extensa piel de toro, bravo y noble, antiguo, seco. Es espiga, molino, es lecho de río y abrigo. Huele a resina, a jara, a ciervo. Pero no solo esto es cierto. Porque España, amigo mío, es también choques furiosos de mares y de moluscos, es océano y su espuma, es volcán y es fuego, cuajado, ahora sereno. Airén, Albillo, Verdejo; Albariño, Palomino y Godello; Macabeo, Garnacha y Xarello, salimos a vuestro encuentro.
Las variedades de uva blanca en España
¿Puede una uva ser española? Sin Documento de Identidad, cuesta decidir. Habrá que ver la “photo finish”. O mejor, la “photo beginning”. Porque rastrear el ADN español no siempre es fácil y, quizá, el primer problema sea que la historicidad del ADN prelude con insólita largura la del español. No pretendemos atar aquí a quienes golpean mesas con puños cerrados, defendiendo apasionados los dones de la españolidad, sino reconocer con humildad a la evolución y al Universo los suyos. No, no existe la uva española, pero sí la España de uva, la que la mima desde que hay memoria y le da nombres, entidad y frescura. Por eso, conocer su uva no es tanto conocerla a ella, sino a nosotros mismos.
Lo que sí es cierto, es que del racimo que compone la uva con sus variedades, que cuenta con casi treinta piezas, menos de un tercio cayeron sobre lo que llamamos España. Nueve son las uvas, con sus vinos, que poblaron siempre nuestro territorio, antes de la llegada del turismo:
Aprovechamos para destacar que si deseas deseas disfrutar de un buen caldo estas navidades, nuestras cestas de navidad con vino blanco han sido diseñadas para todo tipo de paladares.
Airén
Si miramos no veremos otra, porque crece basta, hasta en la arena, demasiada. Exagerada extensión la de sus suelos, es verdad que mancha Castilla. Y la recoge desde su última gota, que no requiere de más. Con ella se libra de plagas y dolencias, pues es fuerte, como el caballero andante que las paseaba, pobre de suela, rico en valentía. Crece vigorosa, ancha y llana como una fracción más de su paisaje. Pero generosa en perlas redondeadas de oro dispuestas en cuñas profusas. Ha sido vapuleada, forzada por manos codiciosas para los que “más” solo es un adverbio de cantidad. Exprimida en tonelaje para llenar “containers”, regalada a granel, zumo a veces fermentado. Solo las sutilezas sobrevenidas con el posmodernismo han osado hacer de ella un producto “gourmet”, acaso algunos habiéndolo logrado (Pago Casa del Blanco). Cítrico, no dulzón, caluroso y en un punto equilibrado de acidez, casa bien el mar y el arroz sin conocerlos. Uva de polvo, anciana, resistente. De haber uva española, es esta.
Verdejo
Que hasta el nombre lo tiene de nuevo rico. Mira ahora por encima a la airenita olvidando que antaño compartieron cadenas. Era la esclava guapa y la compró un mejor señor: la otra Castilla, inmaculada, y su León. Uva pedestre que rueda desde Alfonso VI, al menos en su denominación. Se yergue entre cascajos de roca que tamizan la verdadera pobreza de sus orígenes arenosos, de sus raíces, llegando a las mesas a las que ha sido invitado, que son muchas, sin aparentar necesidad. Y es quizá esa forzada compostura lo que aplique el toque amargo entre su fruta. Toque que, de otro lado, regaña pavoneante contra la dulzura de algún modo teatral, generando una ficción que engancha, sin saber quién ganará. Una tragicomedia antigua que, sin embargo, limpia y refresca con el sabor de un enamoramiento siempre joven.
Albariño
La brava mujer marinera, que espera en costas crujidas los regresos, asomada de puntillas, esgrimiendo su estilizada figura para no hundirse en los suelos fangosos. Es la red del pescador entrelazada, que despliega como la vela de su barco la emparrada. Es uva de océano, cuyo verdor es más de alga que de arbórea. Cortada su cara por el viento y la arroiada, guarda por dentro todas sus vivencias: algunas dulces notas que no disimulan las tan variadas acideces de la vida. Penetrante hasta romper las armaduras de los mayores moluscos y crustáceos, para acariciarlos por dentro. Es morriña.
Garnacha Blanca
Porque no todo el mar es océano, ni bravura contenida, sino también bálsamo y brisa, amaneceres de sol abierto y quietudes que pacifican el alma. Alma mediterránea, de bajura, de barraca, de corro y palo en la cuchara. Garnacha es amable, lozana joven cantarera, encandila equilibrada con su olor y la delicadeza de su tez pura. Es fiesta y alegría, celebración de la vida sin pensamientos agobiantes. Disputada siempre por galanes, Terra Alta dice: es suya. Es la flor y la hierba en la blancura, es el verdor que encapsula la dulzura, es el amor cuando lame tus papilas. Es Mediterráneo, nuestro mar, reflejando su finura.
Palomino
Fruto mozárabe, arte de Andalucía. Como el caballo Jerezano, baila generoso y se retuerce con los años. Cante flamenco bodeguero de una hembra gitana, con pequeñas esmeraldas y ámbares de asimétricos tamaños por pendientes, es a la vez instintiva y elocuente. Fino, amontillado, oloroso y palo cortado, no desgasta, despierta: las virtudes, y el pecado. Manzanilla y flor, es su regalo.
Albillo
Noble caballero de su parvo señorío, real de cuna, y de nombre. Por su condición, requiere gentileza y se hunde pronto en presencia de miseria. Medio erguidas sus frondas por el peso de su historia, es nuevo vino el que la cuenta: que habiendo conocido y recordando las mieles de la juventud y la amatoria, cruza en amargura ya de viejo con su envidia acusatoria. Brillante al sol huelga elegante y, en la noche, desciende oscuro hasta las fábulas de Gante. Encontrado dentro, sentencia obtuvo al fin conciliatoria.
Xarello
El fruto meiga, embrujada está su tierra por ambos lados del Sil. Pequeño y escondido su racimo por salvarse de la quema, con su magia antigua robó del manzano el que es ahora su emblema, y de las piedras minerales su fonema. Tanto más sabio cuanto le conceda el tiempo, no quiere agua de rocío que remita su blasfemia. Largo evoluciona y cuerpo adquiere, si quien se acerca a su caldo le perdona y con misericordia cristiana lo bebiere.
Macabeo
Ponç D’Icard fue su padrino, cuando en Tarragona, vez primera, probó el vino. Viura lo llama el vecino y, hasta ahora, mezclado, fue perdido. Espumante y fresco, como cava es ahora el que anfitriona, y en Rioja al tinto condiciona, sin miedo a ser el desatino. Forcalla lento entona, con su aroma distinguido, notas de plata y de hierro, en lo hondo sumergidos, que emergen con sus esferas como pechos de madonas, estallando dolorido.
Godello
Frágil y tierno rorro de la vid. Delicados sus párvulos racimos, han de ser templados con esmero, porque el frío mata la inocencia del bebé. Encontró en Villamor los escuderos que protegieran sus vástagos, dominando los océanos enteros. Madurados éstos, ácidos y ardientes son primero, Rúa demuestra otro sendero.
EL VINO BLANCO DE ESPAÑA
Entiendo que lo dicho no es bastante, que quise ir por delante, que quise hacer ciencia de la uva, y la uva blanca me mostró que la ciencia apenas roza parte de su esencia, y liberar ésta era acuciante. Porque de su intimidad vienen los dones más grandes: vino blanco dorado, elixir de los amantes, reguero de una pena y alegría desbordantes.
Hemos buscado y ahondado, y al final de tanto caminar volvemos a estar aquí, al final de la carrera, a punto ya de encontrar la quintaesencia de nuestro viaje y saltarnos la escollera. Porque en la búsqueda del vino blanco español hemos encontrado tierra entera, personajes de novela y aventuras sin cautela. Porque, como dije, conocer el vino es no conocer frontera, sino a nosotros mismos, a su parte que nos llega.
Blanco, blanco, blanco, marinero con encanto, recupera su postura y yergue alto sobre los complejos fatuos. Porque tanto monta y monta tanto, así el tinto como el blanco, que los dos hacen España y no cabe aquí el espanto. Que somos un único, España su vino y yo, y el blanco, particularmente, apacigua el desencanto… mejor.
Y así, de la mano de aquél viejo silente y resistente, de la de uno que calla sus amarguras pasadas, de la arrojada marinera que aún espera, de la muchacha que canta al amanecer en la albufera, de la flamenca que taconea enrabietada, del señor en su castillo, del brujo de fe enconada, de la explosión de la furia bisoña, y la frágil paz de los retoños, encontramos aquello fuimos y parte de lo que seremos. Tierra de vino de sueños, siempre español, esperemos.
Y a quienes no entendieran mis palabras, quizá envueltas de tan fina piel como la uva, que la rompa y exprima, que las fermente y decante, las deguste y sienta en sus papilas este jugo refrescante. Que viaje con cada gota y diga ¡Viva el vino! Eso es arte…